lunes, 22 de abril de 2013

No hay democracia sin conocimiento 20130422

De siempre, el acceso al conocimiento (o a la cultura, que se decía antes) fue una aspiración fundamental de ese sector del pueblo que estaba concienciado porque tenía conciencia de lo que era y de lo que quería ser. Hoy el conocimiento es un factor imprescindible para el desarrollo político y social. Sin él, los robos a gran escala quedan impunes, la realidad percibida suplanta a la realidad real (o sea, la mentira a la verdad) y la vida pierde calidad. Por eso los poderes fomentan la ignorancia, que ya no es tanto el analfabetismo puro y duro como esa pseudocultura fundamentada en la burricie, el reallity show, las verdades preconcebidas y el retorno de los brujos. ¿Cómo si no tendríamos que soportar las constantes injerencias de la jerarquía católica, o aguantar los inauditos argumentos de quienes pretenden que estaremos mejor cuando seamos más pobres y nuestra existencia esté sometida a mayores carencias?

Sin conocimiento es fácil engañar a la gente. Lo pueden hacer (y lo han hecho) los banqueros sin escrúpulos. O el Gobierno, que cambia la Ley de Costas, abre la puerta al fracking (obtención de hidrocarburos triturando literalmente la corteza terrestre) y destroza los servicios básicos asegurando que así ofrece nuevas oportunidades de desarrollo, mejora prestaciones y nos pone en casa.

El orgullo de los ignorantes es resobado y potenciado con simplificaciones ideológicas, con espectáculos televisivos, con el desembarco en la Red de las opiniones y aseveraciones más demenciales. Muchos de mis colegas, que veían en el ámbito digital un lugar en el que interactuar con los lectores, se exasperan al ver los chats y comentarios tomados literalmente por frikis, trolls e imbéciles que ahogan las opiniones de las personas sensatas. Administrar una web abierta se ha hecho casi imposible porque filtrar el tráfico llegado del exterior para normalizarlo consume demasiadas energías. Las tontadas, las mentiras y la agresividad verbal lo devoran todo.

El conocimiento (cuanto más amplio y sofisticado, mejor) es ahora mismo el quid de la cuestión. Sin su concurso no habrá democracia. 

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