Esta cosa que llamamos crisis no certifica la insostenibilidad del
sector público (trátese de la sanidad y la educación o del sistema de
pensiones), sino la vigencia de un nuevo modelo social y económico
basado en la desigualdad, la ruptura de las cadenas básicas de
solidaridad y sobre todo la destrucción radical y manifiesta de los
valores democráticos. En el horizonte se dibuja con nitidez la
consagración de un pensamiento que desborda la posmodernidad para
adentrarse, sin complejos, en la teoría y la práctica del crimen
organizado. No se trata ya de hacer negocios sino de robar y estafar de
forma descarada e impune. Y si en este contexto la política está
fracasando es tan solo porque las instituciones y quienes las
representan primero fueron incapaces de poner en su sitio a los canallas
y ahora trabajan directamente para ellos.
Hace tiempo que un empleado de la banca suiza desertó
llevándose consigo una lista de evasores fiscales de varios países de
Europa, incluida España. Aquí, en vez de darle las gracias y
condecorarle, lo tuvimos unos meses en la cárcel, a la espera de
extraditarlo y ponerlo a tiro de los financieros helvéticos. De los
cientos de nombres de inversores hispanosuizos que reveló a nuestro Gobierno, solo transcendió el de la familia Botín, que rápidamente regularizó, de forma discreta y sui generis, su fortuna exterior.
Ahora la cosa va más lejos: dos exasesores financieros y fiscales de
ámbito internacional han divulgado datos pormenorizados sobre 130.000
empresarios y políticos de todo el mundo que participan en una enorme
red de fraude global capaz de blanquear billones de euros. De España
solo conocemos por ahora un nombre, el de la baronesa Thyssen. Pero hay más.
Esto, y no otra cosa, es la crisis. El derrumbamiento de la ley y la
conciencia. Lo inaudito es que (al menos en nuestro país) mucha de esa
gentuza que se lleva la pasta a un paraíso para no contribuir al
gasto común, presume de patriotismo, exhibe la bandera y justifica sus
delitos con ejercicios de cinismo ideológico. Patriotas de mierda. Y aún
hay muertos de hambre que les justifican y entienden.
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