Transparencia (referida a las cuentas públicas) es una palabra
condenada a corromperse al igual que tantas otras: bienestar,
sostenibilidad, reforma, democracia... Iluminar la gestión de las
instituciones no consiste solo en dar a conocer las declaraciones de
renta de gobernantes o parlamentarios, sino en poner a disposición de la
ciudadanía datos precisos referidos a presupuestos, contratas,
contratos, subvenciones, sociedades públicas y gastos en general. Y
dejarse de eufemismos y equívocos. Anteayer, por ejemplo, el consejero
de Presidencia, Roberto Bermúdez de Castro, aseguró que Aragón TV
sale barata e incluso ha arrojado en el último ejercicio un superávit
de 600.000 euros (o alrededor de medio millón). Pero lo cierto es que
nuestra amada y jotera tele, aun siendo de las menos caras en términos
relativos, engulle cada año más de 40 millones (después de los
recortes), de los cuales solo recupera en ingresos un porcentaje
inapreciable. O sea, que arrastra un enorme déficit aunque al final del
ejercicio haya dejado sin gastar unos cientos de miles de euros.
Aquí esta el problema, en contar las cosas como son y al detalle. Si los
famosos ERE subvencionados por la Junta de Andalucía hubieran sido
ventilados en público euro a euro, no estaríamos como estamos. Si se
hubiese sabido la procedencia y cuantía precisa de las donaciones al PP
manejadas por Bárcenas (y antes por una sucesión de tesoreros presuntos),
otro gallo hubiera cantado. Si en Aragón conociésemos al detalle la
contabilidad de Aramón, Motorland o Plaza, podrían los contribuyentes
formarse una opinión real sobre unas empresas financiadas a su costa.
En el XIV Congreso de Periodismo Digital de Huesca, una colega
americana explicó cómo funciona el equipo de investigación puesto en
marcha por el diario La Nación de Costa Rica: organiza bases de
datos, que cruza para detectar irregularidades y corrupciones. Entonces,
los periodistas españoles nos dimos cuenta de que en aquel país la
información oficial es muy superior a la disponible aquí. La
transparencia, ¡ay!, nos queda lejos.
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