Están las cosas de tal manera, que un discurso de Luisa Fernanda Rudi
sobre el estado de la Tierra Noble no conmueve ni interesa a nadie que
no forme parte del séquito de la emperatriz jotera. Había como un
levísimo pálpito de morbo por ver cómo nos explicaba la doña ese
planteamiento suyo de eliminar el gasto social indiscriminado.
Pero nadie se llamaba a engaño: lo que íbamos a tener (y tuvimos) fue
una hora de aburridísima cháchara (con su pizquita de filosofía política
y de autonomismo "todo a cien"). La copla de siempre. Pura rutina. Marcelino Iglesias
ya se pegó doce años autoplagiando sus sucesivas intervenciones ante
las Cortes. Pero él resultaba bastante más convincente, no sólo porque
tenía mejor equipo y quería hacer cosas (sobre todo en su primera
legislatura), sino porque navegaba sobre el mar presupuestario con el
viento a favor. Y no es que aquello fuese la mundial, ni muchísimo
menos; sólo que comparado con lo de ahora...
En estos momentos da
igual lo que diga Luisa Fernanda. Primero, porque sus intenciones, si
las tuviese, no repercuten en modo alguno sobre una realidad que va
donde la conducen acontecimientos y decisiones que la bendita DGA ni
puede ni quiere controlar. Segundo, porque la falta de operatividad del
actual Ejecutivo autónomo es clamorosa, salvo en lo que se refiere a ir
metiendo piqueta y barreno a los servicios públicos. Tercero, porque la
presidenta está a lo que le manden en Madrid y gobernar Aragón no
entra en sus previsiones. Cuarto, porque lleva al PAR de socio y eso
significa mantener en marcha gastos absurdos, proyectos de mentira y una
serie de ficciones que intoxican y nublan el imaginario colectivo.
Quinto, porque no tiene ni idea de qué hacer con esta Comunidad ni de
cómo construir su futuro.
El caso es que un servidor estaba en
las Rías Altas gallegas, tomando el fresco y acompañando el vermut de
unas cosas muy ricas que se crían por allí, y ahora retorno a casa,
escucho a la jefa, atiendo a la movida que hay en España... y sufro un
impulso incontenible de volverme a largar. Pero me quedo, claro. Qué
remedio.
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