Siguiendo con lo que les planteaba ayer respecto de la contratación
pública, explíquenme cómo es posible que TUZSA-AUZ pujase (en solitario,
ojo) por la concesión durante diez años de los autobuses en Zaragoza,
mientras su propietaria, una sociedad británica de capital riesgo,
negociaba su venta. Es de cajón que el susodicho bisneo estaba
directamente vinculado a la consecución de la contrata y a la inmediata y
drástica reducción de plantilla que dejaría el negocio expedito para el
comprador. ¿Ha habido pelotazo en esta operación? ¿Tiene sentido que un
servicio pagado por los sufridos cesaraugustanos sea objeto de no se
sabe qué tejemanejes por parte de fondos de inversión que toman
decisiones a miles de kilómetros de distancia? Si esto es legal...
El hecho, conocido posteriormente, de que todos los actores de esta
tragedia local conociesen la compra-venta que se estaba urdiendo no hace
sino enredar la madeja. El otro día, un lector de este diario se
quejaba de que la información sobre el conflicto de los autobuses era un
auténtico laberinto. Tenía razón. Pero es que también quienes hemos de
relatar o comentar la jugada estamos confusos. Hay hechos que se nos
escapan. Encima, ningún responsable municipal ha dado la cara para
explicar qué está pasando exactamente. Por supuesto, la dirección de
TUZSA-AUZ tampoco dice nada. Se limita a mandar sus burofax comunicando
despidos y a ingresar las magras indemnizaciones en las cuentas
corrientes de los afectados. Todo legal también. Pero asqueroso.
La colaboración o sinergia entre el sector público y el privado es un
territorio lleno de sombras. Cada vez más. Casos como el de la
privatización de varios hospitales madrileños, que han sido concedidos a una compañía portorriqueña especializada en ofrecer a los norteamericanos tratamientos médicos low cost en el Caribe (la cual podría traspasar la contrata a otra empresa que gestiona en Estados Unidos centros sanitarios de emergencia) pone los pelos de punta. Pero situaciones así se están produciendo todos los días.
Curioso agosto. Y los jefes, de veraneo... O luchando por Gibraltar.
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