En Guetaria, además del Ratón, el bonito puerto, los recuerdos de la gesta de El Cano y el famoso restaurante El Astillero (si quieren ir, reserven con tiempo), está el museo Balenciaga,
un lugar interesantísimo. En él se exhiben vestidos, complementos,
figurines y fotografías que repasan la trayectoria creativa del gran
modisto vasco. Y uno se queda alucinado al leer las cartelas y comprobar
que aquellas muestras de soberbia elegancia fueron diseñadas y
confeccionadas en San Sebastián, Madrid o Barcelona durante los años 40.
O sea, justo cuando el desabastecimiento y el hambre envolvían a la
inmensa mayoría de la población, una muy selecta minoría encargaba
carísimos vestidos de noche y de cocktail, sombreros de fantasía,
impresionantes pamelas y capas para la tarde en el hipódromo, exquisitos
saltos de cama... ¿Quiénes eran aquellas personas capaces de vivir a
semejante tren en medio de un país en ruinas, sometido al rigor del
miedo y hundido en la miseria? Bueno, los auténticos vencedores de la
Guerra Civil: aristócratas, financieros, grandes industriales...
Especímenes de otro planeta. Depredadores absolutos.
El lujo
siempre ha estado de moda. Pero siempre ha sido inalcanzable para las
mayorías. Por eso la opinión pública se confunde (o es confundida) a la
hora de caracterizar hoy los signos externos de riqueza. Para algunos,
un Audi o un Mercedes son lo más, sobre todo si sirven como coche
oficial. O ir en preferente en el AVE, o en bussines class en el
avión. O vestir un traje de Armani. ¡O hacer un crucero por el Báltico
junto a otros miles de turistas! Sin embargo, queridos amigos, eso son
placeres de mindundis, exquisiteces de clase media, cositas de poco más o
menos que la crisis y los argumentarios neocón han supervalorado para
culpabilizar y acomplejar a la gente del común. El lujo está en otras
partes: reactores privados, rolls y ferraris, residencias exclusivas,
enormes yates... En ese mundo paralelo e inalcanzable habitan las
auténticas élites, las que aspiran a todo, las que no tienen suficiente
con nada. Ellas y ellos, tan elegantes, tan terribles.
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